Pero qué calor dormir en medio de los dos jeje

Recordar a Pierre Seel no es solo honrar su memoria.
Es romper con la historia oficial que nos borró.
Es decir: nosotros también estuvimos allí.
Y estamos aquí.
Con memoria, con rabia, con duelo, con orgullo.

Pierre dedicó el resto de su vida a contar su historia.
A hablar en colegios, actos, entrevistas.
Lo hizo con miedo, con vergüenza, con coraje.
Para que nadie más tuviera que vivir con tanto silencio.

Su libro fue un puñetazo en la memoria de Europa.
Contaba lo que nadie había querido escuchar:
Que también se persiguió, torturó y asesinó a miles de homosexuales.
Y que, tras la guerra, fueron condenados de nuevo al olvido.

Fue la gota que colmó el vaso.
Pierre rompió el silencio.
Se declaró públicamente homosexual y superviviente de un campo nazi.
Y en 1994 publicó su testimonio:
"Yo, Pierre Seel, deportado homosexual."

Pierre calló durante más de 40 años.
Se casó. Tuvo hijos. Intentó "ser normal".
Pero la herida estaba abierta.
Profunda. Sucia. Innombrable.
Hasta que un día, en 1981, escuchó a un obispo francés decir en televisión:

“Los homosexuales son una amenaza para la civilización.”

Cuando salió del campo, nadie quiso saber.
Ni su familia, ni las autoridades, ni la sociedad francesa.
Ser homosexual seguía siendo una vergüenza. Un delito moral. Un tabú absoluto.

Un día, ante los ojos de todos, los soldados nazis sacaron a su novio.
Le hicieron desnudarse.
Y luego soltaron a una jauría de perros sobre él.
Pierre lo vio todo. No pudo gritar. No pudo llorar.
Solo tragarse el horror y sobrevivir.

Fue arrestado por la Gestapo. Torturado. Humillado.
Y enviado al campo de Schirmeck, donde fue obligado a usar un uniforme de prisionero sin número: los homosexuales eramos considerados "invisibles", indeseables incluso entre los prisioneros.

Pierre vivía en Mulhouse, una ciudad de Alsacia.
Era solo un adolescente.
Había acudido a la policía tras un robo.
Pero en lugar de ayudarle, lo detuvieron: su nombre aparecía en una lista secreta de “homosexuales vigilados”.

Que su historia nos inspire a seguir amando, cuidando, resistiendo.
Incluso cuando parezca imposible.
Incluso cuando cueste todo.
Lo personal es político. Ahora y siempre.

Recordar a Gad Beck es hablar de memoria, de resistencia queer, de amor en medio del horror.
Es recordar que también hubo héroes LGTBIQ+ y que su legado sigue siendo político.

Gad vivió hasta 2012.
Fue uno de los últimos testigos vivos del Holocausto LGTBIQ+.
Su historia no se enseña en los libros de texto.
Pero debería.

Después de la guerra, Gad no se escondió.
Fue activista, educador, defensor incansable de la memoria.
Cuando le preguntaron por qué había hecho todo lo que hizo, respondió:
—Yo no quería ser un héroe. Solo no podía quedarme quieto.

Gad Beck sobrevivió.
Y nunca olvidó ese gesto. Esa lealtad. Ese amor imposible entre dos chicos jóvenes que no pudieron salvarse.
Y ese rescate, que fue un acto de amor, de locura y de coraje.