(Como inquilino, por si hiciera falta aclaración. Abajo el rentismo.)

No me dejéis salir de casa, que me pongo intenso por Bluesky.

En fin. Hay que viajar menos y descansar más.

La industria turística hace las ciudades peores para quienes viven en ellas y para quienes las visitan.

Ponerle una puntuación a una ciudad, a un monumento o a una plaza es un gesto de ego y arrogancia.
Es juzgar un lugar por cómo se acomoda a la mirada del turista y no a la vida.
Es obsceno.

Visitar otra ciudad en 2025 es como un relato de Calvino o un cuento retorcido de Borges: hay una ciudad
que jamás podrás conocer sepultada por otra ciudad construida solo para tu mirada.

La industria turística es lo peor que le ha pasado a nuestras ciudades. Las convierte en un parque temático, que para mí se define por una mezcla de fascinación (todo es nuevo) y alienación (solo puedes existir en tanto que consumidor).

Seguidas muy de cerca por “X se ve en tres días”.

Y, en general, cualquiera con énfasis en el verbo “ver” y en el juicio de valor, como si todo fuera un decorado para tu consumo esperando a que le pongas una puntuación en Google Maps.

Aquí lo es, pero se ve que en EE.UU., país de la libertad, la libertad acaba cuando a tu jefe no le viene bien que te enamores 🤷‍♂️

Y a mí alguien me tiene que explicar cuál es la definición jurídica de “relación amorosa” que permite que estas cláusulas se apliquen.

Inspirado en la inauguración de los JJOO de Barcelona 92, el juego nos plantea la pregunta: ¿que pasaría si te jugaras los deseos de todo un pueblo a un solo disparo?

La marca de la casa; cómo explora dinámicas relacionales que dan espacio al jugador y abren el campo de interpretación.