Para gritar hay que tener miedo, coger aire y encerrarse en la habitación del pánico. En el pasillo hay un cartel que reza "Se ruega a la luz dejar pasar a las voces antes de entrar". A saber si la luz sabe leer. Espero que vosotros sí.

Perdón y mil gracias a quien lo ha hecho posible.

Ponles consciencia. Que se jodan.

Madre mía, necesito tan poco. Ojalá saber qué es.

Una espiral de autodestrucción la tiene cualquiera.

Al abismo le pones un huevo frito por encima y tampoco es para tanto.

ANÓNIMO COTIDIANO

Llevamos nuestras caras hacia dentro,
vueltos los ojos tan temprano:
ese despertador, el parpadeo
nos trae a la miseria que ocupamos,
ducha y café, escalera y descenso    
para dejarnos el cielo en los charcos.

Naces en un caleidoscopio y un señor de Pantone te enseña la teoría del color.
Creces en una cueva y hay gente gritando "¡ECO, ECO!" y el eco grita "¡SILENCIO!", pero nadie escucha.
Te reproduces en una fábrica de espejos cóncavos, convexos, lisos, con luces, sin luces.

Es viernes y tu cuerpo pide abrir el ventanuco que hay entre la espada y la pared y reza para que no entren moscas.

Tratado sobre la relación directa entre la incapacidad de los individuos de advertir la ironía y la inminente debacle de la sociedad en la que están integrados.

Felicidades, eres apto.
Apto para las escenas de acción de la zanahoria de Bugs Bunny.
Apto para el horno del alfarero.
Apto para barandilla de caracol que sujeta la mano del farero.
Apto para colapsar las asfaltadas vías pecuarias en busca de pasto.
Apto para actuar ante un público de helechos.

La triste historia de las grandes palabras dichas con la boca pequeña.

Quién por el canto en los dientes.
Quién por una llamada en espera.
Quién por un globo perdido.
Quién por olvidar que tenía sed.
Quién por no desmaquillarse.
Quién por perder las llaves de casa.
Quién por no molestar al 112.
Quién por un coma elíptico.
Quién por parálisis del sueño.

El deseo ha de tener barras antivuelcos o se queda en capricho.

Vas a la cocina? Tráeme palmeritas y entusiasmo, anda.

Somos lo que somos cuando nos dicen que no.

Empezar la casa por el cementerio indio.

Sólo estoy cuando entran sin llamar.

Ya no recuerdo cuándo fue la última vez que al pedir fuego me ofrecieron un cigarro encendido en lugar de un mechero. No perdíamos el tiempo buscando en los bolsillos lo que ya teníamos entre los labios.

Voy a sentirme ahora un ratito que luego todo son prisas.